J.L. se levantó muy temprano, como cada mañana desde hace más de 3 décadas. Y es que, a pesar de llevar retirado unos años, era muy difícil renunciar a ciertos hábitos... También como cada mañana se enfundó su ropa deportiva, calzó sus zapatillas y salió a correr al Parque de Quevedo; una horita corta, tampoco hay que matarse, pero sin faltar un sólo día; como rezaba la vieja frase "Quien mueve las piernas mueve el corazón"... Todavía algún vecino se mofaba de su aspecto, ya que la ropa deportiva de fantasía contrastaba con su físico enjuto y desgarbado, pero no le importaba porque se había habituado a ella y se sentía realmente cómodo...
Después de su sesión de footing regresaba a casa, tomaba una ducha reconfortante, se vestía y preparaba el desayuno para su esposa y para él. Zumo, Café y Tostadas para iniciar la jornada con fuerzas. Solo que ahora no necesitaba tomar fuerzas para sobrellevar el día, porque ya no tenía que trabajar. Sonsi seguía impartiendo clases de música por ocupar su tiempo, no por necesidades económicas, ya que el cargo de J.L. en el Gobierno y su escaño en el parlamento le habían reportado una jugosa pensión, mucho más de lo que necesitaban.
Él, por su parte, había encontrado el tiempo que necesitaba para dar rienda suelta a su pasión secreta: La poesía. De hecho, había logrado hacer sus primeros pinitos en el mundillo de la lírica gracias a los certámenes convocados en el Centro de Mayores.
Por lo demás, la pesca y sus amigos acaparaban la práctica totalidad de su tiempo de ocio. Presumía de tener pocos pero muy buenos amigos, que le habían acompañado desde los comienzos y en los que podía confiar.
Como cada tarde, se reunía con Alfredo. para disfrutar del café y diseccionar la actualidad; su imaginación les transportaba hasta los tiempos en los que detentaban el poder, y analizaban qué decisiones hubieran tomado y qué medidas debían adoptar para hacer frente a cada situación. En ocasiones les acompañaba Pepiño, que como podía sacaba tiempo para disfrutar de la compañía de sus amigos, siempre que lo permitían una tardía vocación universitaria y tres nietos hiperactivos.
Les costaba aceptar que todo aquello había acabado. Que eran piezas de museo procedentes de una época remota, de un pasado que no había de volver. Aquél famoso movimiento del 15-M había cambiado para siempre la forma de hacer política. El primer varapalo fue el fracaso electoral del 22 de mayo, que sería tan sólo un pálido reflejo del monumental descalabro en las generales del año siguiente. De repente, el pueblo había tomado verdadera conciencia de su tremendo poder y poco a poco habían logrado articular una base de consenso que posteriormente dio lugar a una plataforma de reivindicación con el respaldo suficiente como para que los gobernantes no tuvieran otro remedio que atender sus reclamaciones. Exhibidas ante el mundo y puestas en evidencia todas las carencias y vicios de un deficiente y corrompido sistema democrático, fueron relegados al más triste destierro, el aborrecible olvido que acabó siendo su más fiel compañero bajo la pesada losa de su tumba política.
¿El motivo? La indolencia más absoluta, la apenas fingida incapacidad para poner solución a una situación que en parte habían provocado ellos mismos. La reiterada mentira que tantas veces emplearon para enmascarar un casi irracional pánico a admitir la falta de las ideas y los criterios necesarios para cambiar el rumbo de una situación que sólo podía desembocar en el desastre.
Bastante bien les había ido, sobre todo si se comparaban con sus colegas islandeses, quienes habían sido encarcelados por permitir a la banca que llevara el país a la ruina. Los políticos, empresarios y banqueros artífices del saqueo tuvieron que responder con sus fortunas personales de los desmanes cometidos, porque el pueblo tuvo el coraje suficiente como para negarse a asumir los errores y despropósitos de sus bancos. Mientras tanto, J.L. y sus amigos disfrutan de una suculenta pensión vitalicia, tras varias legislaturas en las que se llenaron los bolsillos y dejaron al país al borde de la ruina.
Definitivamente, su momento había pasado. Ahora se habían instalado en el poder aquellos molestos opositores que por sistema censuraban toda propuesta, acuerdo o medida que se intentara aplicar. Era irónico, habían sido derrotados por la peor oposición de la historia de la democracia. ¿O no lo eran?
En ocasiones se le pasaba por la cabeza una idea peregrina: que tiraron por tierra cualquier oportunidad de pasar a la historia como grandes gestores, como ese gobierno que logró mantener a flote la economía nacional frente a un nada esperanzador escenario...
Pero ¡qué tonterías se le ocurrían! Su derrota fue causada por esa voraz crisis que se instaló no sólo en España, sino en todo el mundo ¿Qué podían hacer ellos frente algo así? Los ciudadanos, acuciados por su grave situación, no fueron capaces de apreciar los esfuerzos que se llevaron a cabo para corregir el rumbo. La oposición, haciendo alarde del más despreciable oportunismo, aprovechaba cualquier mal dato económico o social para reprocharles su mala gestión...
Carecía de importancia el hecho de que muchos expertos, organismos internacionales y medios de comunicación avisaran sobre lo que se venía encima ¿Qué sabrían ellos? Nuestro robusto sistema financiero y nuestra próspera economía se cimentaban en un sector productivo que parecía no tener límite: el ladrillo era el futuro... o eso pensaba.
A ellos les tocó capear lo peor de la crisis; el desempleo había alcanzado sus máximas cotas, llegó la quiebra técnica del sistema de pensiones, la Seguridad Social estaba en Déficit, el Sistema Financiero se había situado al borde del abismo... Y llegó la intervención de la Unión Europea. Se tuvieron que tomar muchas medidas impopulares para ajustarse a los objetivos de recuperación y retomar la senda del crecimiento. Después de una fase de transición de varios años, durante la cual la oposición tomó las riendas del país, la economía recuperó el pulso y se articularon las medidas necesarias para la reestructuración del tejido productivo. El PIB volvía a crecer y el objetivo de ocupar las primeras filas en la nueva Europa volvía a estar a la vista... Por supuesto, el nuevo Gobierno se arrogó el papel protagonista en esta revolución ante la opinión internacional ¡¡Menudo mérito!!! ¡¡Aprovecharse de las políticas iniciadas por otros!!!
Por suerte también quedaban atrás las largas comparecencias en el Congreso intentando justificar lo que no tenía justificación. Las interminables sesiones del Consejo de Ministros donde se daban vueltas y vueltas a las mismas cuestiones sin hallar respuestas. Las ruedas de prensa en las que los insidiosos periodistas no paraban de acribillarle con preguntas tendenciosas. Las reuniones internacionales en las que tenía que departir con homólogos de otros países sin tener ni pajolera idea de inglés ni de ningún otro idioma, que tenías que estar todo el rato pendiente del intérprete...
Ahora sólo quedaba el dulce retiro. Se había acostumbrado a las increpaciones y los insultos de sus convecinos, ya casi no le afectaban. De hecho poco a poco la gente se iba olvidando de él... Pero ¿por qué no tuvo la suerte de Felipe? Éste acabó siendo un ex-presidente querido, y muy respetado y admirado en el extranjero. Su opinión se tenía en cuenta en diferentes foros, daba conferencias, incluso presidió una especie de "Sanedrín" de la Unión Europea...
Paseaba por la Calle de San Pedro, y mientras observaba el sol ocultándose tras la silueta de la Catedral, pensó "¡Qué demonios!!!". Había tenido una vida emocionante, tenía una mujer que le quería, muchos nietos postizos (el instinto maternal no despertó nunca en sus hijas, que se habían marchado a vivir en una comuna "Gruftie" en Leipzig, Alemania...) Una sonrisa se dibujó en su cara y es que, al fin y al cabo, era feliz: esa noche tocaba velada poética en el Hogar del Jubilado.
FIN
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